6/2/17

11/02 Brigada Bravo & Díaz, Centro Cívico Delicias


Que la guerra no tenga ni puta gracia no implica que el humor tenga que estar ausente, como de (casi) ningún aspecto de la vida. Es gracioso imaginar a un soldado, que en el campo de batalla tenderá a la deshumanización de sí mismo (y de los demás), tartamudear al ver a una muchacha. Es lo que le pasaba al soldado de la canción K-K-K-Katy, de Geoffrey O'Hara, escrita en plena Primera Guerra Mundial. Todavía hace más gracia escuchar cómo Germán Díaz se multiplica por pistas para interpretarla y hacer de su voz un coro.

No hay brigada menos temible que la Brigada Bravo & Díaz -cuyos cascos apenas aguantarían el embate de una ráfaga de viento-, pero pocas tan tiernas como la que conforman el guitarrista Antonio Bravo y el zanfonista Germán Díaz que, ocho años después de meterle mano al repertorio de la Guerra Civil Española, retroceden en el tiempo hasta la primera de las dos guerras mundiales en Músicas de la Gran Guerra. Si entonces bebían del Cancionero popular de la Guerra Civil Española, del antropólogo Luis Díaz Viana, en esta ocasión acuden a una fuente sonora directa: las grabaciones en cilindros de cera de canciones de la época, de cuya digitalización se encarga la Biblioteca de Santa Bárbara, en la Universidad de California. Marchas militares, sí, como Battle of the Marne (referencia a una de las primeras grandes batallas de la guerra), pero también canciones populares con el trasfondo de la guerra, con temas como When I send you a picture of Berlin o A little bit of sunshine, que apela a las palabras de apoyo para quienes la guerra lleva tan lejos de casa.

Los diez temas que la Brigada selecciona de esa colección digitalizada vienen precedidos de la exposición de unos segundos de su toma original, referencia para comprobar el grado de fidelidad y de licencia que se toman Bravo y Díaz. Así, por ejemplo, la mencionada When I send you a picture of Berlin tarda en hacerse escuchar, precedida de una larga introducción para el desarrollo de Antonio Bravo que deriva en una versión ternaria y bailable del tema que, en el original, suena con rigidez marcial y binaria. Y es que de lo que se trata aquí es de que el dúo haga su propia música, aunque parta de unas referencias concretas. Además, si de algo no se les puede acusar es de rigidez, lo que tiene enorme mérito cuando en la ecuación entran en juego instrumentos mecánicos y de manivela.

Moldean la música a su antojo, se lanzan a los terrenos de una improvisación de fuerte carácter melódico, y aprovechan con ingenio las posibilidades tanto tímbricas como técnicas de sus respectivos instrumentos (plural en el caso de Germán). Intercambian roles y juegan con la mecánica de la caja de música y del órgano de barbaria que, por ejemplo en Indianola, releva a Antonio de las funciones armónicas y rítmicas: le acompaña en su solo y permite a zanfonista y guitarrista reexponer juntos sin preocuparse por al base. Una labor de orfebrería sonora característica del universo de Díaz, que en la versión balada de Battle of the Marne pone a su caja de música a ejercer de piano acompañante de Bravo. La caja no puede reaccionar a lo que proponga el guitarrista, pero al mecanismo le compensa la belleza tímbrica resultante.

No, la guerra no tiene ni puta gracia, pero esta grabación poco tiene que ver con su glorificación y, si suena tierna, es porque Bravo y Díaz eligen el bando de lo cotidiano, de las personas cuyas vidas quedan amenazadas por la guerra, empatizan con sus miedos y nostalgias. Por eso y porque los dos miman lo que hacen, hasta convertir su segundo disco como dúo en una gema preciosa de la música creativa. Sólo con escuchar el toque africanista para Oh! How I hate to get up in the morning, de Irving Berlin, está todo dicho. Texto: Carlos Pérez Cruz